La
mano es capaz de ponernos en contacto con el medio que nos rodea en ausencia de
otros sentidos como la vista. Las sensaciones táctiles se agudizan cuando
estamos a oscuras y aún más en personas invidentes, quienes desarrollan el
llamado sentido estereognóstico, que
es la capacidad de apreciar los menores relieves de los objetos con la
palpación. De ahí que las personas privadas de visión sean capaces de leer en
Braille o puedan distinguir monedas.
Igualmente son las manos las que nos
ponen en contacto con otros individuos al iniciar una comunicación, ya sea con
un saludo desde lejos o con una encajada de manos. Transmiten nuestros
sentimientos, rabia o violencia con un puño cerrado. Amor y dulzura con una
caricia. Una mano abierta extendida hacia nuestro interlocutor significa
amistad, aceptación, paz.
Un
sinfín de gestos con connotaciones diversas que establecen un medio de
comunicación no verbal. La mano es el
órgano fundamental del sentido del tacto. De los millones de receptores
táctiles que tiene el cuerpo, una gran parte se encuentran en las manos y,
especialmente, en las yemas de los dedos.
Así
tenemos los corpúsculos de Meissner
que son los encargados de determinar la sensación de contacto, son los
especializados en el tacto fino y nos permiten distinguir entre suave y áspero
y captar la forma y el tamaño de los objetos. Los corpúsculos de Ruffini, perciben los cambios relacionados con
el aumento de temperatura y los corpúsculos de Krause, registran la sensación
de frío. Por último los corpúsculos de Pacini son los receptores que registran el grado
de presión que sentimos y nos permiten apreciar si los objetos son duros o
blandos, su consistencia o su peso.
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